Tengo una amiga que se ha comprado un autobús, aunque en realidad afirma que, para su paz mental, necesitaría una flota entera.
Vamos por partes. Este año es el año de cambiar de decena, de los 30 a los 40, y como estamos en modo disfrutonas, hemos decidido celebrarlo una por una. ¿Qué implica esto? Que nos estamos viendo este año más que ningún otro, ¡bien por eso! Porque cuanto te dicen: “el que te quiere ver saca tiempo”, “eso son excusas, no viene porque no quiere”, bla, bla, bla… algunas veces la vida te empuja a alejarte de lo que más te apetece, por eso tener una obligación para juntarnos es maravilloso.
Y claro, cuando nos vemos arreglamos el mundo y la vida de medio planeta, somos un comité de expertas en “consejos vendo que para mí no tengo”, ¡y nos encanta! En una de esas conversaciones descubrí la técnica del autobús, una técnica revolucionaria que quiero compartir con vosotros por si os ayuda.
Una amiga mía tiene un autobús que va llenado con todo aquel que no le aporta nada, o que más bien le aporta un disgusto o un quebradero de cabeza. Fulanito de tal te resta energía en la vida, pues al autobús, y así con todos. Total, que el autobús medio dice que se le está quedando pequeño, pero bueno siempre está a tiempo de aumentar el número de autobuses dispuestos a partir a tomar viento fresco.
Al escucharla tan segura cuando hablaba de ese autobús me puse a pensar a quién subiría yo en mi autobús liberador… No me vino nadie a la cabeza en los 3 primeros segundos, ¿raro no? Creo que no es porque no tenga a nadie digno de tal mención, los tendré, debe ser el pasotismo sobre el otro que lo domino de lujo, y no te digo nada como lidio con el pasotimo sobre los que no me aportan.
Mi pasotismo es similar a su autobús, un lugar donde mandar a los seres grises que nos acechan. Y fin de la piruleta.